Los días se deslizan suavemente, animados por la naturaleza. Nos bañamos en piscinas que se cuelan en el mar. Saboreamos impacientes los dulces portugueses. Nos enamoramos de Oporto, de sus colores fundidos, de la música en la calle, de sus plazas y sus ropas tendidas. Nos perdemos en una cabaña en medio de nada donde corre el fresquito por las noches y hay estrellas derramadas en el cielo. Cantamos en el coche. Vemos películas como Mogambo antes de dormir. Llevamos a Bimba a miles de sitios y ella feliz y salvaje olisquea playas, parques infinitos, ríos, hierba. Se revuelca. Corre. Duerme con la calma de un niño. Devoramos comidas deliciosas. Buscamos poemas de Pessoa en la librería Lellos. Nos tumbamos frente a la montaña, frente a la ciudad, frente al mar, frente al ventilador y leemos en silencio, o nos quedamos dormidas, mecidas por todas esas emociones. Nos reímos. Mi pelo crece más rubio. Tu pelo también se aclara. Las mejillas rojas. Resoplamos de alegría y cansancio. Encontramos el manantial con el agua más fría y más rica del mundo. Bimba se acurruca cada noche. Nos embarga una sensación de hogar allí donde nos alojamos. Preparamos cenas exquisitas. La gente es realmente amable y nos sonríe. Quizá porque se nos nota que son vacaciones y sonreímos también. Yo te hablo del feminismo latente en determinadas películas clásicas, como esas de Katherine Herpbun en las que ella siempre conduce y muestra un carácter valiente y sensible a la vez. Tú me enseñas un millón de cosas mientras decides una buena canción para sentir dentro del coche. Las toallas tienen rayas de colores. Las casas también. Parece que aquí siempre sea verano. Mis saltos al descubrir la ribeira de Oporto, con sus músicos, el puente, la alegría. Tu gesto cuando metes los pies en el agua. Ahora lees en el porche de una cabaña remota mientras yo escribo. La vida es plácida a estas horas. ¿Verdad? Creo que el norte de Portugal ahora es más hermoso que antes, ahora que lo llevaré en mi recuerdo, con esta luz.