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He tenido la oportunidad de ver la película. De ver cómo Therese y Carol cobraban vida, luz y movimiento en la pantalla. Aquellas dos mujeres que dormían plácidamente en las páginas de un libro que leí como siete veces, estaban ahí, frente a mí, contemplándose perplejas.Y mi inquietud (por conocerlas) me zozobró durante gran parte del largometraje.

Reconozco que para mí el amor es eso. Un sentimiento absoluto que atraviesa y cambia todo lo que hasta entonces amábamos, pensábamos o defendíamos. Una emoción inevitable, una catástrofe, un milagro.

Aunque el libro contiene un sinfín de detalles que en pantalla se resumen o modifican (o incluso se obvian), debo admitir que es una de las cintas más bellas que he visto nunca. Estamos, en mi opinión, ante la primera gran película de temática lésbica. Aunque ha habido otras muy buenas también.

A pesar de que la historia se hila con una fluidez asombrosa y la narración de Haynes resulta sublime, destaco sobre todo tres elementos que personalmente consiguen convertir la cinta en una obra brillante: la interpretación de las dos actrices protagonistas, la fotografía/encuadres y la banda sonora.

Si bien esos primeros planos de una Therese contenida y una Carol apasionada nos permiten volar con ellas, la banda sonora nos recuerda durante todo el largometraje que el amor es abandono de una misma, es como dejarse arrastrar trágicamente a ese sentimiento que nos vuelve vulnerables y frágiles pero desproporcionadamente dichosas/os. Pude oler el perfume de Carol en ese automóvil de los años cincuenta, y advertir el aliento aniñado de Therese cuando toca el piano o duerme simplemente.

El beso (y alguna que otra cosa) subió el rubor a mis mejillas escandalosamente, y aunque no pienso destripar escenas ni trama, reconozco que se dibujó una sonrisa en mis labios y me puse especialmente nerviosa con según que momentos.

Pero es que Therese duerme en mí y una parte de Carol también.

Quizá hay un poco de ambas en todas nosotras. O al menos eso quiero pensar cuando me emociono con las lágrimas de Therese, o la forma en la que se observan y la delicadeza con la que se aprecian. Porque el afecto entre ambas es inmediato, y es que a veces sucede que un parpadeo o una frase es suficiente para que todo vuele por los aires.

¿Nunca os ha pasado algo parecido? Una persona, una al azar, te observa o se detiene en ti y zas… Nace un vínculo maravilloso…

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Es un milagro encontrar algo como esto en las estanterías y pantallas, que el amor se deslice entre butacas de cine y nos den ganas de besar y amar con tanta dulzura y elegancia con la que aman y besan ellas.

No sé si es que yo ya estaba convencida de que Carol y Therese son mi reflejo cuando busco en los espejos, o que Haynes ha hecho un buen trabajo, pero no me cabe duda de que hay que pedir más cuando se trata de joyas como esta.